A lo largo de descripciones tan prolongadas, tan complacientes, de los juegos militares, no se hace más que una sola alusión a tales intermedios en los que, para jugar, los caballeros se mezclaban durante un rato con las mujeres de su rango. E incluso aquí la atención no se dirige a ellas. ¿Es seguro que Guillermo, al exhibir sus talentos como cantor, intentase complacer a la condesa y a sus acompañantes, o bien trataba de afirmar, por una proeza de una u otra índole, su preeminencia sobre sus compañeros de combate, prolongando entre las damas un concurso de excelencia viril que se desarrollaba entre hombres solos durante la mayor parte del tiempo?
Georges Duby, Guillermo el Mariscal en la traducción de Carmen López Alonso, Madrid, Alianza Editorial (El libro de bolsillo, 4150), 1997, página 53.
Este dinero que sirve para el placer caballeresco, que el caballero gasta con el corazón alegre, que se avergonzaría de ahorrar. Poco importa cómo fue adquirido. Lo repugnante es que este tonsurado, que mete en su lecho a las doncellas nobles, pretenda servirse de él como lo haría un burgués, haciéndole producir una renta. Un hombre de calidad no «gana» de este modo. Gana también, pero por su valor, tomando las presas con riesgo de su cuerpo, no sacando provecho de los apuros de los demás, y prestando –en particular, él lo sabe bien, a los caballeros, a los caballeros no previsores–, a tasas usurarias.
Georges Duby, Guillermo el Mariscal en la traducción de Carmen López Alonso, Madrid, Alianza Editorial (El libro de bolsillo, 4150), 1997, páginas 57-58.