Pensó entonces en el criminal. ¿Qué aspecto tendria un hombre capaz de semejantes depravaciones? Intentó formarse una imagen de él, pero ninguno de los detalles que imaginaba tenía la suficiente fuerza. Aunque los monstruos rara vez eran muy terribles cuando se los sacaba a la luz del día. Mientras a aquel hombre se lo conociera sólo por sus actos, ejercería un control inenarrable sobre la imaginación; pero la verdad humana , oculta tras los terrores, sería amargamente decepcionante. No sería un monstruo, sino una pálida excusa de hombre, más necesitado de piedad que de pavor.
Clive Barker, «Lo prohibido» en Sangre en la traducción de Celia Filipetto, Barcelona, Ediciones Martínez Roca, 1993, página 174.