Puesto al día el 12 de julio de 2022.
[…] hay ciertas horas de la noche y en la madrugada, en que esas casas deliberan agitadas, aunque en silencio, de manera enigmática. Y a veces un ligero e inexplicable temblor recorre sus muros, y hay ruidos que resuenan en sus tejados y caen por sus canalizaciones: y nosotros no les prestamos atención con nuestros sentidos embotados, y tampoco investigamos su causa.
Gustav Meyrink, El Golem en la traducción de José Rafael Hernández Arias, Madrid, Valdemar (El Club Diógenes, 240), 2014, página 45.
En mi surgió una oscura sospecha: ¿qué ocurriría si nosotros, seres vivos, al final fuéramos algo parecido a esos trozos de papel? ¿No será que un viento invisible e incomprensible nos impulsa de un lado a otro y determina nuestras acciones, mientras que nosotros creemos en nuestra ingenuidad que nos guiamos por nuestro libre albedrío?
Parlamento de Zwakh en el Golem de Gustav Meyrink (traducción de José Rafael Hernández Arias), Madrid, Valdemar (El Club Diógenes, 240), 2014, página 63.
Comprendí que era incapaz de separarse de ellas; ellas [sus marionetas] vivían de su vida, y cuando él estaba lejos de ellas, se transformaban en pensamientos, moraban en su cerebro y le volvían loco hasta que regresaba. De ahí que las tenga ahora tanto cariño y las vista, orgulloso, con lentejuelas.
Gustav Meyrink, El Golem en la traducción de José Rafael Hernández Arias, Madrid, Valdemar (El Club Diógenes, 240), 2014, página 66.
[…] siempre, en el periodo de una generación, en la judería se difunde con gran rapidez una epidemia espiritual que afecta a las almas de los vivos con un fin, cualquiera que sea, y que a nosotros nos permanece oculto, y hace surgir como un reflejo los contornos de un ser característico que quizá ha vivido aquí hace siglos y está sediento de forma y cuerpo.
Gustav Meyrink, El Golem en la traducción de José Rafael Hernández Arias, Madrid, Valdemar (El Club Diógenes, 240), 2014, página 69.
Así como en días de bochorno la tensión eléctrica sube hasta ser insoportable y al final concibe el rayo, ¿no podría ocurrir aquí también que a la acumulación continua de pensamientos que nunca cambian y que envenenan el aire del ghetto deba seguir una repentina y espasmódica descarga […]?
Gustav Meyrink, El Golem en la traducción de José Rafael Hernández Arias, Madrid, Valdemar (El Club Diógenes, 240), 2014, página 69.
Y el desconocido que así vaga debe ser la imagen de la fantasía o del pensamiento que aquel rabino medieval pensó primero en vida antes de poder revestirlo de materia, y que sólo regresaba en periodos regulares –bajo las mismas constelaciones astrológicas en que había sido creado–, atormentado por su apetito de una vida material.
Gustav Meyrink, El Golem en la traducción de José Rafael Hernández Arias, Madrid, Valdemar (El Club Diógenes, 240), 2014, página 72.
Cuando oían la palabra «milagro» ya se mostraban incómodas. Decían que perdían el suelo bajo los pies. ¡Como si pudiera haber algo más espléndido que perder el suelo bajo los pies! El mundo está aquí para que lo rompamos a fuerza de pensarlo, oí una vez decir a mi padre…
Gustav Meyrink, El Golem en la traducción de José Rafael Hernández Arias, Madrid, Valdemar (El Club Diógenes, 240), 2014, página 182.
¡Insoportable, la eterna espera! El suave aire primaveral que penetraba por la ventana abierta desde la habitación contigua me ponía enfermo de anhelo.
Gustav Meyrink, El Golem en la traducción de José Rafael Hernández Arias, Madrid, Valdemar (El Club Diógenes, 240), 2014, página 211.
Una sombra masiva se alzó ante mí, la cabeza con un gorro de dormir negro y rígido: la «Daliborka», la torre del hambre, donde antaño los hombres morían de hambre y de sed, mientras los reyes, abajo, en «La Fosa del Ciervo», se dedicaban a la caza.
Gustav Meyrink, El Golem en la traducción de José Rafael Hernández Arias, Madrid, Valdemar (El Club Diógenes, 240), 2014, página 231.
Sin ni siquiera ir a comer. ¡Qué pensamiento tan repugnante, quitarse la vida con el estómago lleno! Yacer en la tierra húmeda y tener en el interior alimentos sin digerir en proceso de putrefacción.
Gustav Meyrink, El Golem en la traducción de José Rafael Hernández Arias, Madrid, Valdemar (El Club Diógenes, 240), 2014, página 244.