Como el juglar acomodado tenía algún sirviente, la soldadera solía ir acompañada por una manceba, sin cuyos servicios no puede vivir. Por eso la soldadera compostelana doña María Leve se somete a mudar de casa porque así lo exige su manceba «ca atal dona com’ela guarir non pode se manceba non a», y las Ordenanzas del palacio real portugués tenían que disponer expresamente que, cuando una soldadera fuese convidada a casa del rey, no llevase consigo a la manceba.
Ramón Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y juglares, Madrid, Espasa-Calpe (Colección Austral, 300), 1969, páginas 32-33.
[…] y por más que, frente a tantas noticias de juglares ultrapirenaicos como hemos encontrado, no podamos oponer sino muy pocas de juglares españoles, por eso no habremos de concluir la escasez de éstos; la abundancia de la juglaría indígena apenas necesita pruebas, y nos sobran con algunas que podemos aducir, pues valen por muchas, dada la habitual sequedad de nuestros raros documentos históricos y poéticos referentes a la época de que tratamos.
Ramón Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y juglares, Madrid, Espasa-Calpe (Colección Austral, 300), 1969, página 99.
[…] soldaderas no habría ninguna fija en palacio, y las que allí viniesen de paso no podrían quedarse más de tres días. Otro decreto del mismo Alfonso III, hecho en 1261, dispone que cuando una soldadera fuere convidada a comer a casa del rey, no lleve consigo su manceba o criada, ni hombre ninguno que la acompañe.
Ramón Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y juglares, Madrid, Espasa-Calpe (Colección Austral, 300), 1969, página 121.
Este fablévos en juglaría no tiene un valor figurado, sino muy real. Hay juglaría en el metro irregular del Libro de Buen Amor, exento de toda preocupación erudita de «sílabas cuntadas»; hay juglaría en los temas poéticos; en las serranillas, predilectas, sin duda, de los juglares que pasaban y repasaban los puertos entre la meseta de Segovia y Ávila y la de Madrid y Toledo; hay juglaría en las oraciones, loores, gozos de santa María; en los ejemplos, cuentos y fábulas con que ciegos, juglaresas y troteras se hacían abrir las puertas más recatadas y esquivas; la hay en las trovas cazurras, en las cántigas de escarnio, que eran el pan de cada día para el genio desvergonzado y maldiciente del juglar; en las pinturas de toda la vida burguesa, propias para un público no cortesano; en la parodia de gestas caballerescas, cuando luchan doña Cuaresma y don Carnal; la hay sobre todo en la continua mezcla de lo cómico y lo serio, de la bufonada y la delicadeza, de la caricatura y de la idealización.
Ramón Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y juglares, Madrid, Espasa-Calpe (Colección Austral, 300), 1969, páginas 143-144.
«Yo soy el que sabe techar casas con huevos fritos y tortillas; sé sangrar gatos, poner ventosas a bueyes, hacer frenos para vacas, guantes para perros, cofias para cabras, lorigas para liebres, tan fuertes que no temen a los perros…» Y podemos oír frialdades por el estilo a un juglar castellano del siglo XV, merced a un curioso que con ellas escarabajeó los folios que había en blanco al final de una crónica. En este singular fragmento se reseña una sesión de juglarías cazurras ante un público callejero.
Ramón Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y juglares, Madrid, Espasa-Calpe (Colección Austral, 300), 1969, página 164.
En tierras de Santiago hace florecer la lírica gallega, representada en sus albores por el arte desconocido de Palla, juglar del emperador Alfonso VII en 1136; esta lírica es esencialmente mezcla de dos corrientes: una de las cántigas de amigo, género sin duda indígena y antiquísimo, y otra, la de las canciones de amor y pastorelas imitadas del arte provenzal.
Ramón Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y juglares, Madrid, Espasa-Calpe (Colección Austral, 300), 1969, página 180.
El ciego juglar que cantaba viejas hazañas, despreciado en el siglo XV por los poetas de corte y por los historiadores, prolongó oscuramente su vida y su menosprecio en los siglos siguientes, sin recobrar jamás influencia en la literatura. Aun hoy agoniza el viejo tipo; por las aldeas de las comarcas más arcaizantes en los rincones de Asturias o de Ávila, vaga el tañedor de la zanfoña y del rabel, por lo común un ciego, que recita romances de santos milagreros, de bandidos o de monstruosos casos y aventuras; es el último resto del juglar de gesta castellano, hermano de aquellos ciegos y mendigos franceses que a fines del siglo XIV cantaban las últimas chansons de geste al mismo son de la cifoine.
Ramón Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y juglares, Madrid, Espasa-Calpe (Colección Austral, 300), 1969, página 237.
Largos tiempos debemos suponer transcurridos en informes, tentativas de los cantores populares para hacer el latín inteligible sin esfuerzo a los oyentes, mezclándolo más y más con la lengua familiar e iliteraria, hasta que ésta triunfó por completo; y siglos debieron pasar en que el canto público, sea en la plaza, en la casa señorial o en la iglesia, fué la única literatura que existió en los idiomas románicos, antes que la masa cerrada de los escritores latinizantes llegase a percibir que la lengua de los cantores profanos o religiosos podía ser un instrumento digno de asuntos literarios más doctos, capaz de sustituir al latín.
[…] Los juglares provenzales tomaron elementos de los cantos populares, mayos, albadas, pastorelas, y los cultivaron llevándolos a florecer a las cortes en manos de los trovadores. Lo mismo hicieron los juglares gallegos con los cantos de romería y de amigo, o más tarde los juglares castellanos con temas del tipo de las serranillas.
Ramón Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y juglares, Madrid, Espasa-Calpe (Colección Austral, 300), 1969, página 240.
«E recelando yo don Johan que por razón que non se podrá excusar que los libros que yo eh echos non se hayan de trasladar muchas veces, et porque yo he visto que en los traslados acaesce muchas veces, lo uno por desentimiento del escribano, o porque las letras semejan unas u otras, que en trasladando el libro ponen una razón por otra…, por guardar esto cuanto yo pudiere, fice facer este volumen en que están escriptos todos los libros que yo fasta aquí he fechos».
Ramón Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y juglares, Madrid, Espasa-Calpe (Colección Austral, 300), 1969, página 247.